Iron Maiden - Killers

Killers
Álbum, Independiente
1 de febrero 1981
1.01:46 The Ides Of March
2.02:55 Wrathchild
3.04:19 Murders In The Rue Morgue
4.03:23 Another Life
5.03:10 Genghis Khan
6.03:54 Innocent Exile
7.05:02 Killers
8.06:13 Prodigal Son
9.03:20 Purgatory
10.04:50 Drifter
Total: 38:52








Crítica
Por Onán de El Portal Del Metal

Este es mi disco favorito del grupo. Enamorado como estoy de la voz de Paul Di’Anno, de las producciones de Martin Birch y de las composiciones de Steve Harris durante los primeros 80, esta grabación es la única que me lo da todo en uno.

Aquellos músicos estaban en plena forma, con el punto justo de experiencia y con aquel inmenso grado de implicación en el proyecto que les hacía viajar a Japón o adonde les llevaran, tocar cuantas veces hiciera falta y dormir en cuantos hoteles mugrientos se pusieran por delante. Todo esto sin apenas cobrar ni un duro, comportándose como un pequeño ejército cuyo único fin era simplemente hacer buena música, la mejor posible.

Clive Burr era el batería ideal para un grupo de sonido tan limpio y a la vez tan salvaje, Dave Murray seguía inventándose a sí mismo en su singular verborrea de notas, Adrian Smith sustituía con su sobria técnica al maravilloso Dennis Stratton, Harris ensillaba ya el caballo que le dio la fama como bajista... y Di’Anno, sencillamente, se salía por los cuatro costados. Quizá menos brillante que su sucesor, menos “superdotado”, pero mucho más rico en matices, en sentimiento y en dinámica. Cantaba presa de un auténtico trance, y no se puede negar que transmitía nítidamente lo que su corazón encabritado le iba dictando.

El disco es una auténtica joya. Tras una primera producción con la que nunca habían estado contentos (a mí sí me gusta el sonido de aquel primer disco, pero bueno) se pusieron esta vez en manos de su amado Birch, cuya colaboración les supuso un auténtico subidón. No se podían creer que estuvieran grabando con el productor de los discos que ellos mismos escuchaban, y con este aliciente sometieron obedientes su virtuosismo, sus canciones y su sonido a lo que “el jefe” les pidiera.

Hicieron bien, muy bien. Martín Birch era un dios del estilo, y lo sabían. Era alguien que había ensalzado grupos que de por sí eran enormes, y había conseguido un logro increíble: darle a todo su propio sello y, a la vez, respetar plenamente el sonido de cada grupo que tenía entre manos, sacando siempre lo mejor de cada músico, siempre en busca de la obra maestra. Bien lo demuestran sus producciones para Whitesnake, Deep Purple o Black Sabbath.

En cuanto a las canciones, me quedo con todo, hasta con los andares. Quizá merecen especial mención las canciones de la segunda cara, sobre todo las dos últimas: Purgatory y Drifter, que siempre supieron ponerme los pelos como escarpias. El final de Drifter es de los que te dejan clavado, sin querer moverte ni pensar en nada que vaya más allá de lo que acabas de escuchar, mostrándose de golpe el sentido global del disco completo. Es una sensación de peso, el equivalente espiritual de una lenta y feliz digestión.